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sábado, 17 de mayo de 2014

Expedición a 40 grados en medio de la nada.

No puedo decir que vengo de vuelta de la vida, aún sigo en mi viaje de descubrimiento. Esta expedición toma tiempo y no hay fechas en mis metas, es más ni siquiera tengo metas en el tiempo.
Me he dado algunas vueltas en círculos y eso ha retrasado mi viaje.
No sé qué he aprendido en esa última vuelta larga que me demoró más de un año. Quizás tenía que poner en perspectiva lo que no quería en mi vida y ese tiempo pasado ahí fue como un paso por un túnel tapizado de espejos para que viera lo que me esperaba si seguía ahí dándome vueltas hacia ninguna parte.
Y la verdad la vida de hormiga, cavando túneles por el subsuelo, comiendo migajas mientras se va almacenando para el invierno. No me convence.
Creo que nací  con más genes de la cigarra,  que me van mejor. Me siento más cómoda siendo libre que atiborrada de obligaciones adquiridas como un virus, que yo no elegí, sin embargo vienen en el paquete que si no escojo, entonces no obtengo nada, si no suscribo a las obligaciones tampoco tendré los beneficios. Y me pregunto, cuáles son los beneficios?
Una vez escuché una de esas estadísticas que sólo las Aseguradoras son capaces de interesarse por cuantificar: sobre las expectativas de vida de las mujeres y descubrieron que  las casadas tienen menos esperanza de vida que las de las mujeres solteras y con los hombres pasa al revés, los hombres solteros viven menos que los casados.
Pero la pregunta es: vale la pena vivir más pero estando sola?
Todos somos solos, pero no todos están solos.
Por qué se le da tanta importancia a convivir en sociedad del tipo que sea?
Por qué una mujer sola siente que el mundo la arrastra casi obligándola a estar en pareja, a tener una familia? a estar con más gente, a hacerse cargo de más gente? Y si no, será etiquetada invariablemente con alguna clase de sello que la identifique y diferencie del resto, que sí aceptó firmar el contrato con alguien más, o que incluso sin contrato aceptó echarse al hombro la responsabilidad de hacerse cargo de alguien más o de varios más aunque después, pensándolo mejor, quieran renunciar no pueden o si lo hacen se irán directo al rincón de la ignominia social con una etiqueta en la frente  enorme de fracasada, mala persona, o peor, de mala mujer, y si hay hijos de por medio, de mala madre.
La sociedad muchas veces cuando está demasiado presente en la vida de las personas, las hace sentir obligadas a cumplir ciertos roles por evitar el qué dirán.
Esa es la ventaja de no ser sociable, de no estar en el ojo del huracán, de no estar en la cresta de la ola a vista y paciencia de todo el mundo, de haber permanecido más bien en la oscuridad de un rincón observando el comportamiento de los demás, tomando notas, y rescribiendo una y otra vez el borrador de mi propio guión.
Puedo sentirme libre de vivir mi vida como me dé la gana vivirla sin sentir que debo complacer a nadie que nos sea a mí misma.
No en vano los grandes místicos, los que han alcanzado altos estados de iluminación han tenido que estar solos para llegar a ser sabios.
No es un camino fácil, el del asceta o del ermitaño y generalmente han sido hombres, no sé si habrán habido mujeres que se hayan atrevido a romper el esquema y hayan hecho con su soledad algo heróico y trascendental más allá de ser la tía solterona de la familia. 
El tiempo que me pase embarcada a bordo de una relación, mi tiempo dejó de pertenecerme y me pasé viviendo más para afuera que para mis adentros, dejé de pensar en mí, y me proyecté con sueños que no eran los míos, pero que adopté como propios, me ilusioné con esos sueños, hasta dibujé los planos de esos proyectos entre nubes porque llegué a creer en ellos de verdad. Pensé que sería capaz de ceder mis propios sueños porque esos otros parecián más realistas y eran más o menos parecidos a los míos, pero no eran iguales, yo sueño más en colores, mis sueños tienen más mariposas, flores, aromas, aire, viento, sol, música en armonía acústica, tienen más cascadas y vegetación, largas conversaciones sobre lo humano y lo divino. No sé, más vida, tiempo libre, paz, belleza, arte, todo envuelto en un espíritu de armonía y felicidad.
Pero se me pasa la vida y la fecha, ya no tengo los 20 años invencibles ni inmortales, y sólo voy dejando atrás historias que me persiguen en el recuerdo y en cada una voy dejando girones de mi propio corazón y pedazos de mi alma.
Ya no soy la misma que solía ser cuando comencé a  escribir este blog en el 2010.
Ya no llevo la bandera ondeando intacta  en el tope de mi mástil, vengo de vuelta de haber librado algunas batallas, mi bandera luce desteñida y desflecada pero jamás ha sido arriada.
Aún sigo creyendo que la vida aún la puedo vivir a mi modo, que todas las islas en las que desembarqué eran sólo parte del mapa en mi derrotero, ninguna de ellas era mi destino.
Sólo me consuela que Nunca pisé el palito y ni entregúe mi libertad. 
No sé si encontraré el tesoro al final de mi búsqueda, quizás sea la búsqueda todo el oro que encuentre en esta vida, no lo sé. Sería demasiado egocéntrico decir que el oro soy yo?
No me doy por vencida, unas cuantas experiencias a cuestas me harán tomar mejores decisiones una próxima vez, si la vuelve haber para mí.
Lo cierto es que no me rindo.
Pero no tomaré la ruta que toman todos, yo no estoy en el mundo, en el carril de alta velocidad, ni tampoco en el mercado de tasación como ganado.
No busco absolutamente nada ni a nadie.
Yo no busco pero tampoco pierdo la esperanza de encontrar.
Por el momento sólo quiero seguir mi viaje, a la velocidad del viento, dejaré que las olas guíen mi rumbo.
No podría gobernar el timón ahora.
Sólo sé que estoy en esta expedición  a 40 grados en medio de la nada, que el sol amanece por el este y se esconde por el occidente, que el norte queda para delante si es que estoy de espalda al sur.

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