Páginas

miércoles, 4 de abril de 2012

Un picaflor en mi jardín.

Nunca había tenido la oportunidad como ahora de ver de tan cerca a un picaflor. Esa frágil y liviana avecilla capaz de sostener su propio peso batiendo alas para mantenerse suspendida en el aire mientras liba el néctar de las flores colgantes.  
El picaflor no es frecuente de ver y sin embargo en estos días ya he visto a varios o es el mismo, quién sabe. El plumaje luce igual, verdoso brillante a lo largo de su espalda hasta la punta de su cola y café grisáceo con mínimas pinceladas negras  en sus plumas inferiores, bajo la cola. Tiene unas patitas negras finísimas, de garritas puntiagudas y diminutas con que se agarra de una rama vertical donde se sostiene mientras bebe o intenta beber de una flor aún en botón de la enredadera fuera de mi ventana. Insiste con su fino piquillo negro como pinza picotear el botón aún verde de la pequeña flor, ve que la tarea es difícil y decide volar a otra rama donde se queda un breve momento, lo suficiente para poderle observar al detalle y me doy cuenta de los lindos y grandes ojos rasgados que tiene.  Parece como si también me viera, y se queda ahí, aunque ya no bate las alas, siento su agitación.
 Me imagino cómo debe trabajar ese corazoncillo que debe tener para mantenerle con vida. Ese corazoncillito debe ser del tamaño de una lenteja para que pueda caber dentro de esa pequeña caja toráxica, si el esqueleto de un picaflor debe ser una cosa ínfima, angostísima y muy liviana, quizás sea hasta sólo cartílago. Su sistema cardio-respiratorio debe ser una máquina perfectamente sincronizada para mantener su cuerpo suspendido en el aire al mismo tiempo que se alimenta. Cómo debe trabajar ese corazoncito, debe latir tan rápido y tanto que no alcanza a calmarse y por eso el aspecto agitado y nervioso del picaflor, aún cuando esté parado sobre una rama mirando así de lado como si  pudiera verme con sus ojitos rasgados de pupila oscura y esclerótica blanca.
Haber visto a este picaflor, lo mismo que haber visto abejas zumbando cerca de mi ventana, me hacen pensar que nada está tan mal del todo, que quizás aún haya esperanza.
Tal vez ya no esperanza en lo que ya está terminado, pero a veces la vida salta al camino desde el punto más insospechado.
Si fui testigo de la existencia de ese picaflor anónimo, quizás sea una señal de que las maravillas del mundo aún no se han agotado, que nada termina antes de que acabe y mientras hay vida, hay esperanza.
No hay para qué lamentar las pérdidas antes de tiempo si aún estamos todos vivos. A disfrutar mientras sea posible, aunque sean de las pequeñas grandes gracias de la vida como contemplar el incesante vuelo de este hermoso picaflor.

1 comentario:

  1. Hola tanto tiempo, maravillosa experiencia, la verdad el tomarse el tiempo para contemplar a un picaflor es de pocos, los tenemos en nuestras ventanas, jardines y patios...en mi casa acá en Angol ya me visita uno desde hace unos días, plante un "chilco" solo para que sus flores le entregaran el nectar y disfrutar de su visita fugaz...

    ResponderEliminar