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sábado, 17 de marzo de 2012

Los ojos de mi abuela.

Las letras siempre me salvan. Son mi cable a tierra a la vez que la cuerda por donde escapo por la ventana y me subo al aeroestático que me lleva de viaje a recorrer el orbe a 365, días, para que andar apretada de tiempo y apurada si lo que me gusta a mí es bajarme, y recorrer a pie, impregnándome de la historia, cultura, aromas y sabores, aunque por el momento prefiera pasar de la gente.
Vivir la vida en vitro como he sentido vivir siempre, tiene su lado ventajoso, puedo mantener la asepsis  en mi  mente, en mi cuerpo y en mi alma.
Hay mucho que intuyo que no es para mí, sobre lo que ya ni siquiera pienso.
He renunciado a la vivir la vida como la mayoría la vive. 
Simplemente no me interesa seguir a la manada como corderos al matadero. A ojos de mi abuela soy un desperdicio, tantos años de estudios botados al tacho porque no soy productiva como lo fue ella por más de 40 años. Me veo en sus ojos, y me siento una inútil, una fracasada, una cobarde, una buena para nada.
Lo más simple, es evitar verme en sus ojos.
Me miro ante el espejo, y descubro que ya la juventud se me está pasando sin aún un logro victorioso.
Pero victorioso, en nombre de qué? A ojos de quién? de mis padres, de mi abuela, de mis primos, de quién?
Y de mí misma?
Qué me haría sentir orgullosa de mí misma?
Vencer mis propios temores e inseguridades, tal vez.
Romper mis propias barreras mentales y lograr hacer lo que siempre he querido hacer de verdad?
Aunque en el intento, llegara a penas al final y ya sin tiempo para disfrutar de la victoria?
Como dice aquella manida frase: "no importa ganar, sino competir", jejejejeje.
A menudo pienso si he sido cobarde toda mi vida, o sólo aprendí a ser realista?
A no tomar riesgos innecesarios, a no dar la vida  por cualquier tontería. A ser egoísta conmigo misma, a no darme a los demás porque de niña me metieron en a cabeza que debía cuidar lo que tengo.
Y qué tengo? Ya no es la goma, el lápiz, la regla o el cuaderno.
No tengo nada más que no sea yo misma. Entonces no me doy, no me entrego, porque no me quiero perder, sin embargo la vida sí me la estoy perdiendo, pero la vida nunca he sentido que sea mía, que me pertenezca, de mi propiedad.
Alguien alguna vez, debió regalarme mi vida, habría sido el mejor regalo de cumpleaños de todos. Tener una vida, por fin, una a mi nombre que fuese justo del color que yo quería. 
Entonces, como nadie me ha regalado mi vida alguna vez, supongo que tendré que buscarme mi propio modelo yo solita, o mandarla a hacer si no la encuentro en alguna vitrina por ahí.
No quiero una vida de segunda mano, ni que fuese una reliquia de casa de antigüedades. Quiero una vida a mi entero gusto y antojo, donde a cada quién que quiera invitar a pasarse una temporada se sienta tan a gusto que no se quiera ir.
Sería una vida clarita, muy iluminada, alegre, con mucho verde por los alrededores, donde se respire buen aire y se pueda estar apaciblemente en calma.
Ya soñé esa vida una vez y fue mi vida por un tiempo, fue el sueño más presente y vívido que jamás tuve.
Pero siempre hubo una nube negra orbitando no tan lejos como para ignorarle, siempre temí que no durara lo necesario para hacerse realidad algún día. Porque siempre de pequeña me enseñaron a desconfiar de lo perfecto, porque todo siempre se echa a perder cuando falta lo menos para el final.
Son mis miedos heredados, esa maldita carga existencialista que a veces veo en mis propios ojos, y que tanto me molesta ver en los ojos de mi abuela.

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