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martes, 2 de agosto de 2011

Como un cántaro roto.

No entiendo por qué las cosas están como están.
Qué hice mal?
Siento que tengo una espina atravesada en la garganta o en el corazón, no lo sé. Mientras no la quite de ahí, no tendré descanso.
Es una pesadumbre que me oprime la respiración del pecho, es una impotencia tan grande. Pero al mismo tiempo siento que quien persevera alcanza. Que es una cuestión de tiempo, que quien aguanta más tiempo sin respirar gana. Ignoro cuál sea el premio, y quizás el que sea ya no me interesa.
Eso es, más que nada. Perdí el interés. Ya no me importa. Ya no veo la situación con los mismos ojos que todo lo perdonaban, y que sin importar lo que hiciera o dejara de hacer le bastaba con verle para olvidar todo y sonreír enamorada o sonreír como estúpida. A estas alturas ya no lo distingo.
Creo que ahí está la diferencia.
Se agotó el combustible, se consumieron las reservas energéticas que mantenían en mí la llamita del amor encendida, día y noche, aún en su ausencia.
Por eso el orgullo, por eso siento que no tengo ninguna obligación de dar explicaciones de mi drástica decisión. Y lo curioso, es que no siento remordimiento. No me apena pensar lo que pueda sentir.
Me da lo mismo. Y ahora entiendo por qué.
Es simple. Tanto fue el agua al cántaro que al final se rompió. 
Mi subconsciente supo antes que yo lo que debía hacer. Fue una reacción impensada, sólo instintiva.
Como quitarse la flecha del medio del pecho para seguir combatiendo y no hacerle caso al dolor o
sacudirse el cascajo que se entierra en la planta del pie al caminar.
Fue algo así.
Tuve mucha paciencia, más de la que he tenido en toda mi vida junta, pero también estaba consciente que todo tiene un límite.
Que si bien había creído querer sin orgullo, nunca perdí de vista que siempre tendría dignidad.
Hay muchas cosas que puedo comprender, pero jamás dije que las podría aceptar. Hay ciertas cosas que simplemente no estoy dispuesta a tranzar. Y creo que traspasó una línea sin retorno y no hay nada que yo pueda hacer.
Me nace de las vísceras esta vez y no hay excusa que valga que me haga cambiar de opinión.
Nada de lo dicho me vale porque está exactamente en el mismo plano inconsistente de todo lo demás. No tiene respaldo, no hay hechos que avalen sus palabras con las que construyó sueños y promesas, que ahora se van de vuelta al aire de donde vinieron.  De hecho, un hombre que no prueba que tiene palabra, nada de lo que diga tendrá  validez alguna vez.
No me importa nada de lo que ha dicho, no me vale, porque son  sus actos los que le desdicen.
La verdad, me cansé. 
Me agotó la paciencia, me ganó la desilusión de esperar que sería distinto esta vez, que ahora sí, que por fin había entendido lo que tantas veces le repetí. Que estúpida, que ingenua. Quien nace chicharra muere cantando.
Acostumbrado, mal acostumbrado a hacer lo que quiere, esta vez se encontró con la sorpresa de hallar a alguien que también acostumbra a hacer lo que quiere y que no aguanta estupideces fuera de lugar.
O las cosas son o no son, pero jueguitos retorcidos, conmigo no van. 
Primero, es una cuestión de respeto por la otra persona, más aún si por esa persona se tienen sentimientos profundos y verdaderos, bien intencionados. 
Segundo, es una cuestión de principios, de ética, si se quiere, de no jugar con los sentimientos de los demás. Porque nadie está obligado a querernos, eso es algo voluntario y si alguien nos quiere desinteresadamente, sólo porque, qué se yo, porque la materia, el contenido interior resulta atractivo, o porque nos parece lindo de adentro, nos provoca bienestar, se siente bien uno en  compañía de ese otro, se pasa bien, es inteligente, divertido, buena persona, es justo como esperaba que fuese, que calza con el ideal siempre buscado y nunca encontrado, qué se yo. Se quiere, porque se quiere, porque sí, en una de esas no se necesitan razones para querer alguien, simplemente se quiere y ya.
Cuando ese tipo de relación se da en la vida, parece mágica, como si el mismo Dios la hubiese anudado en el cielo.
Entonces, de pronto ver bajo el efecto de  un chispazo de lucidez mental provocado por la distancia y el tiempo, las cosas tal como son y darse cuenta la estúpida que se fue, duele. 
Ahí es donde entra a picar el ego. Como cuando la gente es estafada y no denuncia por vergüenza, para evitar que la policía se ría, porque se dan cuenta que se pecó de ingenuidad, de credulidad o inocencia y asume el timo como si fuese su culpa.
Sé que no debo arrepentirme de haber obrado de buena fe siempre, de haber sentido tener las mejores intenciones, de haber alojado sentimientos genuinos y puros en mi corazón por él. 
Que él no haya sabido valorar ni reconocer mi modo de ser ni mi manera de quererle, no lo puedo asumir como mi culpa. Eso siempre será su problema, no el mío.
Una cosa me tiene tranquila, di siempre lo mejor de mí porque lo quise y mucho. Nunca antes había querido a alguien de un modo así. 
Eso duele también, sentir una especie de desprecio. Como cuando una se esmera por preparar una exquisita comida para agasajar a la persona amada y siendo que quedó perfecta: rica, sabrosa, en su punto, y además ha puesto la mesa con un toque especial, prepara el ambiente para una velada íntima y romántica, se acicala quedando muy guapa. Se sienta a esperar  a que llegue, y pasan los minutos y pronto las horas y no llega o cuando llega pasa de largo y no toma en cuanta nada de lo que se ha preparado de especial en su honor.
Cosas como esas provocan decepciones peligrosas que van minando las relaciones, se van guardando rencores en el dossier, que salen en los momentos más inesperados.
Es mejor aclarar todo de inmediato, sin guardar nada, que las basuritas acumuladas bajo la alfombra para sacarlas más tarde como evitando echar a perder el momento, no resulta. A la larga, salen con la fuerza de una erupción volcánica que lo pueden poner todo en jaque.
Las decepciones reiteradas, la falta de sutileza, las insensibilidad, el egoísmo, las faltas de criterio, van desgastando de apoco tal como el viento y el agua  esculpen la roca y nada es como solía ser, por lo general no es mejor que al principio si se compara. Toda escoba nueva barre bien. 
Hay que considerar que las energías en la relación cambian con el tiempo, fluctúan, eso es de esperar. 
Pero en el mundo de las relaciones maduras, que nacen con la idea de proyectarse a largo plazo de un modo estable y formal, esta no es la lógica operante. Por el contrario se esperaría que mientras más pasa el tiempo el vínculo se afiata más e incluso  las crisis servirían para fortalecer aún más la unión de la pareja, pero para que esto ocurra es necesario haber superado limpia y sanamente cada una de las crisis tenidas. Pero para superarlas hace falta que ambos pongan de su parte, que ambos sientan el suficiente entusiasmo e interés para trabajar en la solución de las dificultades que puedan surgir.
Pero a veces el desencanto es tanto, pero más aún es el temor a volver a reecantarse y caer otra vez, tropezar con la misma piedra, y ese temor no deja retomar el interés por salvar la relación o al menos porque los sentimientos del otro sean cuidados de no ser heridos innecesariamente, cuando eso ocurre, ya no hay nada que hacer. 
Cuando el bienestar del otro deja de ser importante, la relación ya está muerta.
Y siento que eso me pasa. Me dejó de importar como se sienta. 
Sé eso que es orgullo, que estoy respirando por mi herida. Que es veneno puro. Pero no lo puedo evitar.
Estoy dolida, demasiado aún como para ver las cosas desde una perspectiva más filosófica si se quiere, como para encontrarle una explicación lógica que me conforme, que me consuele.
En qué momento algo que siempre consideré algo tan sano se transformó en algo tan tóxico.
Qué capítulo me perdí? 
Los dados están corriendo sobre el tapete.

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