Páginas

lunes, 2 de agosto de 2010

En Invierno, casi toda la vida.

Si hubiese nacido osa, no tendría nada de raro. Pero nací humana y mujer, y las largas invernadas resultan a lo menos extrañas, incomprendidas. -Cómo has podido dejar pasar 10 años de tu vida sin hacer nada-.
No es tanto como no hacer nada.
Es el tiempo que necesité para mí misma, para encontrar mi equilibrio natural, alcanzar cierta armonía interna entre mi cuerpo, mi mente, y mi espíritu. Para hallar las explicaciones a las preguntas simples como las que hacen los niños pero que no se me ocurría ninguna respuesta que pareciera medianamente razonable.
Cuando hice la práctica lo noté.
Claro, ahí estaba yo creyéndome muy segura de mí misma, de mis ideas, de los conceptos, de las materias, pero y si de pronto saltaba por ahí un dilema, qué tan preparada estaba realmente para resolverlo?.
Eso no lo enseñan en el aula, ningún profesor te advierte que es la vida la que está pasando ante tus ojos y por tus manos a la hora de formar un alma, modelar una mente, cincelar un espíritu.
Estaba sólo preparada para responder preguntas sobre gramática y ortografía, pero y ?
La vida no es sólo teoremas y sus normas.
Y yo no manejaba más allá de reglas memorizadas a penas.
Sentí que no estaba capacitada para asumir tanta responsabilidad. Decidí retirarme a los cuarteles de invierno, al monasterio, a la ermita, a la osera, como sea, a meditar sobre la vida y el mundo, y se me pasaron diez años en el proceso. No me dí ni cuenta. Recién ahora que lo pienso, me impresiono. Son diez años.
¿Qué hice?
Crecí, envejecí en el intertanto. Pero no los cambiaría por nada. Lo reído, lo leído, lo pintado, lo conversado, lo conocido, lo viajado, lo aprendido, no lo cambio por nada. Tampoco lo sufrido y lo llorado, que al final han sido las mejores lecciones de vida que he aprendido.
Si no hubiese sido así, tal vez ahora no estaría escribiendo y recordando esto.
Como recién una mente amiga, a la que admiro con el alma, me hizo ver que durante todos estos años ha sido un paciente trabajo de cultivar una semilla. Primero debía preparar la tierra, darla vuelta, echar abono, y en seguida plantar esa pepita, la que por ahora está brotando, y que en algún momento florecerá para luego dar frutos. Y yo le preguntaba:"- Y qué vendrá después, morir?-.
-No, seguirás dando frutos y creciendo. Los árboles dan frutos todos los años.-"
Pensarme como un árbol. Espero no ser uno de esos añeros, que dan buenos frutos cada cuatro o cinco años.
Me pregunto, frutos de qué?
Esa respuesta no la tiene nadie más que el tiempo, la vida.
Yo sólo soy una humilde sierva de la gleba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario