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martes, 3 de agosto de 2010

El viento de la memoria.

Hoy, hubo un día despejado con un sol radiante pero un viento caballo, curiosamente tibio.
Aquí se le llama viento Raco. Es un viento que viene del norte, por un fenómeno de presión alta, no sé si de Argentina, probablemente, porque si sólo fuese cordillerano y chileno sería más helado, partiría los labios, y haría salir sabañones hasta en las orejas.
Como yo estoy más cerca de la costa, las temperaturas nunca son tan extremas, pero este invierno ha sido particularmente frío, macabramente frío incluso aquí.
Me duelen en el alma todas aquellas personas que lo perdieron todo y ahora deben dormir en mediaguas todas ñeclas que se pasan enteras, luego de haber vivido en casas probablemente tan cómodas como ésta.
Con el frío, la humedad, el viento y la lluvia, esa pobre gente ha tenido realmente un año muy crudo y eso que aún no termina. Los admiro, qué fortaleza.
Y nosotros que reclamábamos porque los de la compañía de luz se demoraron como 9 días en reponernos el servicio, o porque estuvimos sin agua potable por cerca de un mes. Pero jamás faltó agua limpia. Nos arreglamos con agua de punteras tal como si hubiésemos estado en el campo.
Para mí, egoístamente, fue toda una aventura. No lo pasé tan mal, al contrario, lo encontré hasta entretenido. Como nunca antes conversé con gente con la que jamás había atravesado ni siquiera saludos, y con otros que jamás había visto. Recorrí el sector descubriendo que habían casas tan bonitas como la nuestra, me dí cuenta que había más gente que sacaba a pasear a sus perros igual que yo, que habían prados y jardines que se secaron porque el agua estaba escasa y lo primero en salir de la lista de prioridades de emergencias universales que manejaban las municipalidades, fue precisamente todo lo concerniente al aseo y ornato, incluida la extracción de basura que hubo que quemar en fosos comunes por sanidad pública.
Pasar las noches en silencio y en vela, literalmente, le dio más sentido a sentirse acompañados.
No unimos más como familia, rezamos como nunca.
Lo más empelotante fue sentirse impotente por preocuparse además de las réplicas, por la amenaza fantasma de unos otros que se decía vendrían desde el otro lado del cerro a reventar las casas. Los vecinos nos reuníamos a penas caída la noche haciendo fogatas quemando neumático, contaminando a todo chancho cuando la Tierra nos estaba sacudiendo de su lomo como garrapatas indeseables en un gesto de autodefensa que no puedo culpar.
Las jornadas a todo sol en las colas del agua, a la puerta trasera de cualquier boliche que se corriera la voz estaba vendiendo algo. Los tiempos de espera se hacían más cortos formando foros de discusión pública en vivo, casi terapéuticos.
Después de todo tuvimos suerte, nunca faltó realmente nada, nunca pasamos hambre, estábamos aprovisionados de todo, y justo todo alcanzó hasta que fue necesario. Al par de semanas ya estaban las cosas un poco más normales. A penas llegó la energía abrieron los supermercados que no habían sido del todo desmantelados por los saqueos, que fue lo más vergonzoso y aberrante, y los bancos, con tremendas filas en los cajeros automáticos. A muchos los sorprendió a fin de mes, a otros de vuelta de vacaciones y pensaban ir al supermercado el sábado en la mañana. Las personas con guaguas y sus necesidades, fueron las más fregadas. Yo pensaba en los que tenían enfermos en sus casa, gente postrada, eso sí debió ser difícil.
Gracias a Dios no tuvimos ninguna desgracia personal que lamentar.
Lo material se recupera, claro las copas finas con historia familiar y las antigüedades de porcelana serán difíciles de reponer por su valor sentimental, pero al final dan lo mismo. Sirve para darle un toque minimalista a la decoración, el aseo se hace más rápido así.
Obligadamente tuve que reclasificar la organización de todos mis libros que se cayeron de las repisas, en mi dormitorio.
Sumado y restado, fue la experiencia de experiencias de mi vida, espero no olvidarla.


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