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viernes, 27 de agosto de 2010

Cobardía.

El pasado se quedó atrapado en mis recuerdos como granos de arena de colores en una botella.
El futuro corre por mi lado, me adelanta por la berma, me saca del camino, y si agarro más vuelo seguro me sacaré la cresta.
Siento que por mí, sólo pasa el tiempo más que la vida. Pero ese tiempo bien parece que va hacia ninguna parte.
Voy y persigo sueños como si cazara mariposas en el aire, pero en vez de mallas uso mis pestañas.
Casi he pasado la vida entera sintiendo que mi vida se me ha ido como el agua entre los dedos
y peor aún, que la he dejado correr sin sentido.
La cobardía, debería ser un pecado capital, es más nefasto que la pereza.
Y lo admito, he sido cobarde.
Ante los hechos innegables me declaro culpable. Siempre soy mi propio juez y jurado, sé que no tengo excusa ni defensa probable.
Lo hecho, hecho está y no sé si me arrepiento, tampoco sé si ante cualquier otra alternativa
los resultados habrían sido tan distintos.
Supongo que todos tenemos un destino, la ilusión es creer que lo elegimos.
Si se pudiera adivinar qué pasará, si tuviese una esfera de cristal, qué habría hecho diferente?
Racionalmente, podría deducir un par de cosas, segura de acertar, a las que podría apostar mi cabeza. Pero no se pueden obviar los factores de siempre, esos que le agregan incertidumbre a los hechos, los mismos que nos hacen temer a lo que no conocemos, a dudar frente a los múltiples ríos sin puentes de la vida.
El Pepe Grillo, que todos llevamos dentro, ese que nos advierte y nos asegura del peligro, parlotea tanto que ya no lo oigo, y cuando debiera despertarme para abrir los ojos, calla. Cretino. Es sólo el mío el fallado de fábrica o todos los Pepe Grillo, del mundo, son iguales de desatinados?
Correría más peligros, si supiera que voy a salir indemne.
Me cuesta tanto perder la cabeza, nunca me he enamorado tanto como para sentirme lo suficientemente loca y acometer un acto descabelladamente valiente.
Las injusticias me descomponen el ánimo, me matan de impotencia, pero no me hacen perder los estribos.
Ni el chocolate, que tanto me gusta, me vuelve loca. Es que nada me vuelve loca, así, de esas sin razón.
Qué hay de malo en mí. Es como sentir sin sentir. En qué parte del cuerpo acusan recibo los dolores morales que arden en el alma?
No quiero que me pase como a Borges, que necesitó llegar a los 80 años para darse cuenta que -correría más riesgos-, que -tomaría más helados-.
No quiero que llegue mi hora y descubrir en la reseña que me pasé la mayor parte de mi propia vida, ausente.

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